Santa Marta, 500 años de abandono, desidia e inseguridad

 



POR: 

DIEGO ALONSO RAMÍREZ OYOLA

Columnista 


Santa Marta cumple 500 años. Medio milenio desde que fue fundada a orillas del Caribe, entre montañas sagradas y mares intensos, como uno de los primeros puntos del poder colonial en América. Sin embargo, en este aniversario no se respira solo historia ni alegría: se respira miedo, frustración y una deuda histórica que aún sangra en las esquinas.

Lo digo desde la distancia, desde el exilio al que fui obligado por denunciar lo que muchos callan y otros han preferido negociar: la extorsión de Santa Marta por estructuras criminales que han hecho del terror una industria rentable.

Durante estas cinco centurias, esta ciudad ha visto desfilar conquistadores, comerciantes, libertadores y turistas. Pero también ha sufrido el peso del narcotráfico, la extorsión, los homicidios selectivos, las redes paramilitares y las alianzas oscuras entre poder político y crimen organizado. Santa Marta ha sido, durante muchos periodos, un paraíso tomado por la sombra.

Cientos de comerciantes han tenido que cerrar sus negocios por no pagar la llamada “vacuna”. Otros han sido asesinados por resistirse. El miedo ha desplazado la inversión local, ha silenciado a las víctimas y ha normalizado el delito en nombre de la “convivencia”. La extorsión en Santa Marta no es un delito aislado, es una estructura. Funciona como un sistema paralelo que impone reglas, horarios, precios y castigos.

En los últimos años, la ciudad ha estado entre las principales del Caribe con mayor tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes. Los asesinatos no solo son por ajustes de cuentas, sino también por silencios comprados, territorios en disputa y mensajes de poder. Las cifras oficiales siempre se quedan cortas. Lo que no aparece en las estadísticas, se escucha en los barrios, se murmura en las esquinas y se llora en los velorios clandestinos.

UN ABANDONO QUE REQUIERE MIRADAS 

Santa Marta ha sido clave en las rutas del narcotráfico por su ubicación estratégica: salida directa al mar, puertos cercanos, caminos rurales que comunican con la Sierra Nevada y una frontera informal con otras zonas del país controladas por el crimen. Aquí el negocio ha cambiado de manos, pero no de estructura. De los carteles tradicionales a las bandas “invisibles” que operan bajo la fachada del comercio y la legalidad.

A todo esto, se suma la ausencia del Estado real, ese que protege, que investiga, que previene. Santa Marta ha sido una ciudad históricamente abandonada en materia de seguridad, con escasa presencia efectiva de la fuerza pública y poca capacidad investigativa para desarticular redes criminales. Mientras tanto, muchos líderes sociales han sido silenciados, perseguidos o asesinados. Y algunos periodistas —como yo— hemos tenido que salir del país por denunciar lo que pasa en los territorios.

Santa Marta no solo necesita celebrar sus 500 años con fuegos artificiales. Necesita justicia, verdad y garantías. No más festivales que maquillen el dolor, ni discursos vacíos de reconciliación. Lo que Santa Marta necesita es una estrategia integral de seguridad que no se quede en el papel.

Siempre he considerado que cinco cosas urgen para cambiar la historia: inteligencia real contra estructuras de crimen organizado; protección efectiva a líderes sociales y periodistas; inversión social en los barrios más golpeados por la violencia; desmantelamiento de redes de extorsión con presencia articulada de Fiscalía, Policía y fuerzas élite; y, sobre todo, voluntad política sin alianzas oscuras.

Desde el exilio, donde la distancia no ha logrado apagar mi amor por esta tierra, alzo la voz para que no olvidemos que el silencio también es cómplice, y que la belleza de Santa Marta merece ser liberada del miedo que la ha encadenado por décadas.

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