Otra vida arrebatada, otro país herido


 Columna de opinión

*Diego Alonso Ramírez Oyola

El 11 de agosto de 2025, Colombia amaneció golpeada por la noticia de la muerte de Miguel Uribe Turbay, senador y precandidato presidencial, víctima del atentado que sufrió el 7 de junio en Bogotá. Dos meses de lucha no fueron suficientes para ganar la batalla contra las heridas que le dejó la violencia.

Su partida revive una pesadilla que parecía del pasado: los magnicidios, las balas que buscan silenciar ideas y las manos que, desde las sombras, insisten en manipular el destino del país. Entre narcotráfico, estructuras armadas ilegales y discursos que alimentan el odio, Colombia sigue perdiendo líderes, activistas, periodistas y ciudadanos que han debido exiliarse para salvar la vida.

No es solo la muerte de un político; es un golpe a la democracia y a la esperanza colectiva. Cada vez que alguien que representa una voz de cambio cae bajo las balas, el mensaje que queda es aterrador: en este país, alzar la voz cuesta la vida.

Hoy, más que nunca, es necesario que nos volvamos a Dios, no solo para pedir consuelo, sino para que nos dé la valentía de transformar esta realidad. La violencia no puede seguir siendo el idioma con el que resolvemos nuestras diferencias. Basta de normalizar el miedo y callar frente a lo inaceptable.

La muerte de Miguel Uribe debe ser un llamado urgente a construir una Colombia donde pensar distinto no sea una sentencia de muerte, y donde el amor por la patria sea más fuerte que el odio que hoy la consume.

No hay comentarios.